Un proyecto
Un grupo de unos doce o catorce padres, empezó a reunirse en el Hotel San Sebastián, iniciándose así la gestación de un colegio para el que no se contaba con nada más que con una idea clara: crear un nuevo centro educativo que recogiera todo lo bueno del English School, pero sin sus limitaciones.
A través de cartas, llamadas telefónicas, contactos personales, fueron convocando reuniones en las que se exponía la, para muchos, descabellada idea. Poco a poco se fueron sumando interesados y, una vez que el grupo contó con unas cuarenta familias, consideraron que estaban en disposición de intentarlo.
Lograron contactar con el Delegado de Educación, quien dio las orientaciones pertinentes para iniciar los trámites y contaron con la colaboración y experiencia de La Asociación de Padres del Colegio Alemán.
Había que empezar a hacer muchas cosas, puesto que crear un colegio así lo requiere. Ahí apareció Elena González Menéndez, cuya aportación al colegio en aquellos primeros años de existencia fue determinante.
Elena supo orientar, animar y aunar las voluntades de los padres; hizo ver al colectivo que el valor del colegio y, por tanto, la clave del éxito en todas las negociaciones estaba en ellos mismos y en la fuerza de su desinteresado proyecto.
Un proyecto al que había que poner nombre. Finalmente se optó por San Patricio, patrón de Irlanda y con él se asumirá la identidad, el día del patrono, sus fiestas y los colores verde y amarillo los distintivos del colegio.
La creación de una cooperativa
La constitución de una cooperativa de padres obedeció, fundamentalmente, a razones prácticas. Presentarse como cooperativa suponía que, allá donde fueran, lo harían como colectivo de padres cuya única pretensión era la de materializar un proyecto que ofreciera a sus hijos la formación por ellos deseada, sin ningún ánimo de lucro.
El verano del 76, hubo de formarse una primera Junta Rectora que veía ante sí un enorme trabajo que realizar. Su presidente, Paco González Rocha, iba a serlo durante nada menos que cinco años, el tiempo necesario para que el colegio alcanzara cierta estabilidad. La actividad de estas primeras juntas rectoras fue particularmente intensa: la compra de terrenos, la construcción del edificio, la financiación de la obra...; pero, al mismo tiempo había que empezar a funcionar, había que empezar a dar clase en algún sitio, había que crecer...
Preparativos del primer curso.
Todo debía estar dispuesto para iniciar el curso escolar 76/77. En el reparto de funciones correspondió a los padres y madres visitar diversos colegios de monjas en los que alquilar aulas e incluso recurrir al Obispo para tratar de conseguir algún local en el que comenzar el curso.
Finalmente, se dio con una villa cuyos inquilinos iban a dejarla en breve. Los propietarios vieron bien el trato y la alquilaron, consintiendo que se realizaran en su interior cuantas obras se considerasen oportunas. Villa María Teresa, que así se llamaba, estaba situada en Ategorrieta, justo enfrente a la Clínica de San Ignacio.
Se tuvieron que acometer los arreglos imprescindibles para poder iniciar las clases, incluso aunque fuera de manera precaria; pero el problema radicaba en habilitar aulas, pues tan sólo se contaba con habitaciones más o menos espaciosas. Un equipo de padres y madres puso manos a la obra haciendo de carpinteros, electricistas, albañiles, pintores...había que reducir los gastos y contratar gremios era un lujo que no se podían permitir.
El esfuerzo y la ilusión que todas estas personas, padres y profesores, pusieron en esta empresa merecen el más sincero agradecimiento de un colectivo que, cuando mira el colegio en el que trabaja o en el que estudia, difícilmente imagina la precariedad que se pudo vivir en sus orígenes.
Comienza la actividad docente en San Patricio.
Tras ese verano de incesante actividad de preparación, quedaba aún la duda de que todo ese esfuerzo fuera a dar fruto, pues la viabilidad del curso dependía de la matrícula con la que se pudiera contar en septiembre. Afortunadamente, el proyecto había calado hondo y en el mes de agosto habían conseguido reunir un número aceptable de alumnos. Fueron 305 los que cursarían este primer año en San Patricio.
A pesar de la celeridad con la que hubo que actuar, no se descuidaron los servicios, de manera que autobús escolar y comedor comenzaron a funcionar desde el primer momento con total normalidad.
Fue un curso difícil en el que la limitación en los medios era compensada con creces por ilusión y generosidad. La ilusión se contagiaba hasta ver incrementada la matrícula para el siguiente curso en más de un treinta por ciento.